En 1958, el compositor americano Jerome Moross estuvo nominado al Óscar de Hollywood por la banda sonora de la película "Horizontes de grandeza". No ganó pero el caso es que se hizo famoso. Yo descubrí la partitura gracias a una colección de música de cine. Se estilaba entonces el CD, y ese estuvo entre mis favoritos. Es música con nervio, vitalista, tiene mucha fuerza. Acompañaba la historia de un capitán de barco que, por amor, llegaba al oeste americano para casarse con la hija de un importante terrateniente. El mar de sus aventuras juveniles se ve reemplazado por inmensas praderas que cruza sin dificultad gracias a sus conocimientos de astronomía y a su dominio de la brújula. Pero los lugareños no le entienden ni confían en él, y es objeto continuo de burlas. Lo inexplicable era que el protagonista nunca respondía a las provocaciones. Hombre tranquilo y seguro de sí mismo, no necesitaba demostrar nada a nadie, aunque le tomaran por pusilánime y cobarde. Pendientes como estamos (yo la primera) de causar buena impresión, de no ser tomados por tontos, las reacciones del capitán James McKay me resultaban incomprensibles en la época en que vi la película. Hoy me parecen simplemente heroicas.
Yo tuve un alumno de ese estilo hace años. Se llamaba José Antonio y dibujaba de maravilla. Para otras asignaturas era algo lento, le costaba comprender las matemáticas o memorizar datos. Los compañeros de clase le hacían objeto de bromas crueles, pero él ni se inmutaba ni se ofendía. Llegó un momento en que nadie se metía con él, se había convertido en un ser invulnerable. Tengo uno de sus dibujos en mi casa, enmarcado. Me recuerda que el talento no siempre va asociado a la excelencia académica. Pero además me ofrece la oportunidad de recordar la importancia de esos horizontes de grandeza de los que se hablaba en la película, esa línea donde parecen confluir la tierra y el cielo y que en algunos seres humanos es la línea que les permite mirar más allá de las convenciones y de la comodidad de ser como todos. Son seres implacablemente honestos consigo mismos, fieles a sus principios, indiferentes a la estupidez del otro. Qué maravilla ¿no?