Incluso aquello que amamos resulta a veces irritante: los tics de tu pareja, las necesidades de los hijos, el amigo del alma que se pone pesado, la casa con sus mil averías, las malas hierbas del jardín que cuidamos... Personalmente mantengo con el piano, a pesar de tantísimos años de convivencia, una relación complicada. La pieza que en manos de otro concertista fluía nítida, cristalina, veloz parece entre las mías adquirir las cualidades del cemento, duro y gris. La frase que debía ser flexible y armónica se ha vuelto rígida, extraña. Asombrosa metamorfosis que tiene que ver no tanto con la pieza misma sino con mis propias carencias, con la falta de práctica, e incluso con la falta de imaginación. Para amar hay que cultivarse. Andaba yo hace unos días peleada con un preludio de Juan Sebastian Bach, cuando leí este poema del zamorano Jesús Hilario Tundidor. Sentarme a tocar después de leerlo en alto varias veces ha sido una experiencia distinta, alegre y relajada. Lo copio aquí por si un día os puede ayudar. Yo lo recito cada vez que que la conversación con alguien es problemática, o que la tarea que me traigo entre las manos es ardua. Leedlo con atención y me decís:
POÉTICA
Miro el espacio azul. Me crecen alas
de oro. Paz de oro, espuma silenciosa
viene hasta el corazón. En la espaciosa
inmensidad, en las enormes salas
del aire crece, extiende ya sus galas
el sueño. No es sueño. Ser. No es ser. ¿Fosa
será de mi deseo? No, no hay cosa
más lejos de la muerte que estas alas.
Hálito del dolor que se origina
desde un dentro de sol y permanencia
como los robles, más, como la encina.
Es un instante. ¿Suficiente? Anhelo,
ya hermandad absoluta, la existencia.
Todo es un vuelo y más, es más que un vuelo.
En voz baja, 1969. POÉTICA, J. H. TUNDIDOR