"Querido hijo" es el testimonio de una pérdida. El periodista Carlos Fresneda escribió el libro para honrar la memoria de su hijo Alberto, fallecido a los 19 años en una estación de tren, mientras pintaba un grafitti con sus amigos. Un ejemplar ha estado en mi casa desde que se publicó, porque mi marido conoce al autor y le sorprendía su entereza, exenta de todo victimismo (1) Al intentar yo misma recuperar la voz tras la tragedia de Valencia, he buscado en las reflexiones de Fresneda palabras que no sonaran vacías desde la comodidad de mi habitación limpia, de las calles ordenadas bajo el sol de otoño, del agua transparente que sale del grifo, del rumor habitual de un hogar. Esa normalidad que damos por sentada y que por contraste adquiere de pronto un relieve inusual. Quizá sea ese el verdadero valor de la tristeza, que nos obliga a cuidar de lo que amamos. En cuanto a la pérdida, "Querido hijo" cita el sermón que ofreció Henry Scott Holland a la muerte del rey Eduardo VII. Dice así:
La muerte no es nada en absoluto. Solo me he escurrido a la habitación de al lado. Nada ha ocurrido. Todo continúa como era. Yo soy yo, y tú eres tú. Lo que éramos el uno para el otro aún lo somos. Llámame por mi viejo y familiar nombre, háblame del modo en que solías hacerlo. No cambies de tono, ríete, piensa en mí, reza por mí. ¿Por qué tengo que estar fuera de tu mente porque no me veas? Yo te estoy esperando, muy cerca, al torcer la esquina. Todo está bien.
1) Carlos Fresneda, Querido hijo, La esfera de los libros, Madrid, 2019.
El texto en español es una traducción parcial del poema. El original completo a continuación: