Mis queridos lectores,
me vengo acordando estos días de uno de los temas de la ópera de Rossini "El barbero de Sevilla". La función narra los amores de Rosina y el Conde Almaviva. Su relación se ve estorbada por Don Bartolo, que también pretende casarse con Rosina. Un pérfido amigo le sugiere acabar con la reputación del conde esparciendo rumores falsos sobre él. ¿Por qué hacerlo así? Porque una calumnia se difunde rápidamente y causa daños irreparables. Leed vosotros mismos el resumen que os hago de este momento musical:
"La calumnia es un vientecito, como una suave brisa
que ligera y suavemente ha empezado a susurrar.

En voz baja y silenciosa, va fluyendo, causa risa;
todo el mundo se divierte, ¿qué podría salir mal?.
Gana fuerza poco a poco, no parece tener prisa
pero puede asegurarse que al final estallará.
No se podrá defender el que ha sido calumniado
cuando de forma tan pública la tormenta le ha alcanzado."
Es un texto fabuloso para reflexionar en esta época que nos toca vivir en que mentiras e insultos se esparcen con una velocidad y una eficacia nunca vistas. Calumnia, difamación, injuria... coinciden en ser como ese vientecito del que habla Rossini en su ópera, que al final se convierte en una tormenta. Hacerlo en las redes sociales agrava el daño, porque multiplica el alcance de cualquier habladuría, de cualquier sospecha. ¡Qué contento se hubiera puesto este Bartolo si hubiera tenido la ocasión de usar los stickers del Whatsapp o de hacer sus comentarios maliciosos en Twitter de forma anónima y despreocupada!
Cuando escuchamos la ópera nos divierte y nos escandaliza a un tiempo lo que en ella se dice. Nos parece que nunca actuaríamos así, que no queremos ser esa clase de personas. Pero luego el día a día es un banco de pruebas bastante eficaz, en donde realmente demostramos nuestra fortaleza y nuestra habilidad para resistir las tentaciones. La foto de ese compañero que se quedó dormido en el autobús puede ser muy graciosa. La del profe que bizquea porque le ha dado el sol en los ojos todavía más. Toca reirse un rato, y luego retuiteralo, difundirlo. Si es divertido ¿por qué no hacerlo?
Como rendida admiradora de la filosofía estoica, cedo la palabra a mi querido Marco Aurelio, emperador de Roma muchos siglos atrás, quien en sus Meditaciones nos recuerda una y otra vez que formamos parte de un todo, y que sólo seremos felices si, mirando por nuestros semejantes, tenemos sumo cuidado en no dañarles con nuestras acciones o palabras. Como buen estoico, los textos que escribió no son exactamente divertidos. Pero a mí me hace sonreir cuando leo que "no siendo indispensables la mayor parte de nuestras palabras y de nuestras acciones, si se las cercenase se gozaría de más holgura y tranquilidad". Razón tiene el emperador al sugerir contención y silencio. En la primera página de sus meditaciones manifiesta sus desprecio a los chismosos, a los maledicentes, a los charlatanes. Murió en el siglo II después de Cristo pero, la verdad, qué moderno resulta.

La vida en sociedad es muy compleja y vivimos diariamente este tipo de ataques hacia personajes de todo tipo, a veces muy lejanos y con la consiguiente sensación de levedad e impunidad, ya que seguramente esos comentarios nunca lleguen al personaje en cuestión. Sin embargo, cuando el comentario es sobre alguien cercano, como puede ser un profesor, un compañero, una amiga, un familiar... el escenario es muy distinto (...) y un comentario desacertado puede tener consecuencias insospechadas. Pablo Resa, UCM.