Una báscula o un peso miden la masa de un cuerpo. La unidad de medida es el kilo, una medida que nos obsesiona y nos divierte a la vez. Podemos conocer nuestro valor en kilos, pero no podemos saber a qué equivale ese peso en términos de bondad, simpatía, generosidad. De alguna manera, nuestras mejores cualidades se alinean con la música en el sentido de no medirse en los mismos términos materiales que la fruta, las patatas o el propio cuerpo.
Un paseíto por los lineales de cualquier supermercado estos días nos ofrece la obscena exhibición de bombones, dulces, carnes, y exquisiteces de todo tipo que recuerdan a la tierra de Jauja "en la tierra de Jauja hay un río de miel y otro de leche, y entre río y río hay una fuente de mantequilla y requesones, y caen en el río de la miel, que no parece sino que están diciendo: «cómeme, cómeme»" (1)
Se nos advierte del peligro de ganar un par de kilos durante las fiestas, pero a la vez nos abruma la asombrosa disponibilidad de toda clase de manjares en los banquetes a los que asistimos. Es difícil ejercer el autocontrol en situaciones así. Para los afortunados de la tierra es difícil en cualquier momento del año. Desde 1976, la obesidad casi se ha triplicado en todo el mundo. (2)
No pretendo en esta modesta entrada dar una receta para resolver un tema tan complejo. Yo misma he perdido en numerosas ocasiones la conciencia de mis auténticas necesidades. ¿Quiero esa chocolatina o lo que siento es un vacío que hay que llenar como sea? ¿Noto cuándo tengo hambre? ¿Escucho a mi cuerpo lo que debería?. Y también lo contrario, ¿qué pasa si mi cuerpo demanda comida y no se la ofrezco porque me obsesiona un peso excesivo?
Hay una limitación en el número de kilos que uno debe pesar para estar sano y en forma, tanto por exceso como por defecto. Sin embargo, no hay límites ni "índices saludables" para el tiempo que podemos dedicar a nuestro espíritu, a oír música bella, a contemplar un cuadro, a formarnos, a cultivar ese jardín interior del que hablábamos en la entrada anterior.
La navidad puede ser una buena ocasión para ponernos a prueba. Si cuando termine aún podemos abrocharnos los pantalones pero somos más refinados, cultos, buenos y amorosos es porque lo hemos hecho bien. Así que la próxima vez que vayamos a por un turroncito entre horas cambiemos el rumbo y demos un beso a alguien querido, o enviemos un mensaje cariñoso a un amigo o, simplemente, abramos un buen libro.
(1)La tierra de Jauja, Lope de Rueda
(2)Datos OMS