"- No sólo tenemos que perdonar a los demás, Mitch -susurró por fin-. También tenemos que perdonarnos a nosotros mismos.
- ¿A nosotros mismos?
- Sí. Todas las cosas que no hicimos. Todas las cosas que deberíamos haber hecho. No te puedes quedar atascado en el arrepentimiento por lo que debería haber pasado, eso no te sirve de nada (...) Perdónate a ti mismo. Perdona a los demás. No esperes, Mitch. No todos pueden contar con tanto tiempo (...) la oportunidad para arreglar las cosas". (1)
Cuando leí estas páginas me pareció que, finalmente, el señor Albom había encontrado la manera de ser músico. No con el piano pero sí con las palabras, los pensamientos, el latido de su corazón cuando sentimos que sintoniza con la realidad más importante a la que le enfrenta Morrie. Estas charlas son una danza de pareja que se conoce, se entiende y se sabe los pasos. A Morrie le gustaba bailar. A Mitch tocar. De alguna forma, toda esa música está en el libro.
1) páginas 187-188 en Mitch Albom, "Martes con mi viejo profesor", Maeva ed. Madrid, 2000.
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