se me ha venido a la cabeza al sentarme al ordenador este precioso domingo de noviembre. Tras los cristales, el sol de invierno que Antonio Machado logró atrapar en sus poemas. Frente a mí, la tarea autoimpuesta hace ya mucho tiempo, ¿para qué?, ¿para quién?. Me parece como si la U de esa interjección fuera un tobogán por el que se desliza toda mi fuerza de voluntad, el valor del propósito, la perseverancia necesaria para continuar. Empezamos con una buena idea pero no logramos acabar, porque a la felicidad del hallazgo inicial suceden días, semanas y años de esfuerzo continuado y sin aparente recompensa. Le doy alguna vuelta más a mis ideas, empiezo a entender que Schubert no terminara su sinfonía nº 8 (la incompleta, "Unvollendete" en alemán, adjetivo que también empieza por U). No es que se muriera, es que simplemente la dejó apartada y escribió otras dos más. Yo solía preguntar a mi padre musicólogo sobre este asunto pero no conocía la respuesta. Nadie la conoce.
Al releer lo escrito hasta aquí observo con curiosidad que en las palabras voluntad, valor y perseverancia aparece la letra v, formalmente muy similar a la u pero con ese pico que parece anclarla en el papel para que no se mueva. ¿Y si lo que necesito es una interjección distinta?
En casa tenemos mucho cariño a la palabra "¡Vamos!" porque la usa mucho la abuelita para darse ánimos. Nonagenaria, con un marido enfermo de Alzheimer al cargo, con dolores articulares, se levanta a diario con el firme propósito de seguir adelante, de no rendirse nunca: "¡vamos!", la oímos murmurar cuando se levanta del sofá, "¡vamos!" cuando hace las camas, "¡vamos!" cuando cocina. En su forma de entender la vida, el ¡Uff! no existe. Gracias a ella este pequeño artículo ha quedado escrito.
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