"Creo que es un síntoma gravísimo, en una ciudad de casi tres millones de habitantes, que no haya tiempo para -siquiera alguna vez- pasear por un parque de la belleza del Retiro. De mirar los brotes tiernos, haciendo una pausa en nuestra prisa enfermiza, o gozar de la belleza de las rosas, olvidando nuestros negocios por unos instantes, o no pensando en la política y sus problemas, pisando despacio las hojas otoñales, admirando los oros de un crepúsculo de octubre... Pobre del que no tiene tiempo -no busca el tiempo- de levantar los ojos al cielo entre los árboles o mirar las estrellas en la noche. En verdad que es digno de lástima. Se ha convertido en un esclavo del tiempo" (2)
¿Qué hubiera pensado esta señora si hubiera conocido el Madrid de hoy en día?
Observaría a la mayor parte de la gente móvil en mano, pendiente de un rumor invisible y lejano. Amigos sentados uno junto a otro pero sin hablarse, niños tratando de atraer la atención de un adulto enfrascado en un video o en un chat online, corredores con auriculares en los oídos, desapegados del rumor del viento, de los pájaros, de la vida alrededor.
También es posible que encontrara esperanza. Aún hay parejas que se miran a los ojos, y chiquitines que gritan alborozados por los paseos. Pero si no estás enamorado o si no eres un niño, tendrás que hacer un esfuerzo áún mayor que el que pedía la marquesa hace cincuenta años para, simplemente, ir pisando despacio las hojas o mirar las nubes.
2) Aurora Lezcano, Madrid, sus cosas y sus gentes, Editorial Prensa Española, Madrid, 1973. Pág 85.
