Salzburgo es una ciudad encantadora, junto a los Alpes orientales. Se la conoce como "la ciudad de la música" porque allí nació Wofgang Amadeus Mozart. En el siglo XIX un pastelero local quiso rendir su particular homenaje al compositor creando las "esferas Mozart" (Mozartkugel) que son bolitas de mazapán bañadas en chocolate. Así, la villa de la sal (pues eso es lo que significa Salz-burgo) enamora por su equilibrada mezcla de paisaje montañoso, bombones y música. Es como si la ciudad misma hubiera quedado para siempre impregnada del delicado y a la vez jubiloso paisaje sonoro del amado de los dioses. Mozart sabía que su talento no era bien comprendido por el autoritario arzobispo de la ciudad, el insoportable Colloredo, y se fue. Pero no queda rastro de ese rencor en las obras que vinieron después, llenas de lirismo contenido, tristezas pasajeras, júbilo elegante y luminosidad a raudales. No seré yo quien trate de descifrar el misterio de un hombre que en apenas 36 años regaló a la humanidad infinitas posibilidades, tanto para la dicha extrema como para la meditación profunda. Aquí apenas esbozo un consejo. Busca un rato al aire libre, lleva un dulce de buena factura en el bolsillo, y escucha el comienzo de "Las bodas de Fígaro" en cualquier dispositivo de los que hoy nos facilitan tanto la vida. Luego me cuentas.
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